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"Ante todo el bien de las almas" es el objetivo de la acción y de la actividad sacerdotal y episcopal: a la salvación de los hombres están subordinadas elecciones y comportamientos. El apóstol no puede permanecer cerrado en el templo: como el Buen Pastor sale de la carpa, sale de la sacristía, va en busca de las ovejas dispersas en los llanos y sobre los montes, para "predicar a todos a Jesucristo y a éste crucificado", dispuesto a dar la vida, pródigo de todas las fuerzas físicas y morales.
Como Obispo de sus almas, siento más que nunca la carga de la responsabilidad que tengo por ustedes ante Dios. Recen, oh mis buenos y queridísimos hijos, para que El me conceda la gracia de amarlos siempre como los amo, y que, llegado al final de mi vida, al entregarlos a El, yo pueda decirle con serena confianza: ¡Padre, aquellos que me diste los he custodiado, y ninguno de ellos se ha perdido!
Han transcurrido ya seis lustros, desde que esta elegida porción del rebaño de Cristo ha sido confiada a mis cuidados y por ella deberé un día, que no puede estar muy lejano, rendirle estrictas cuentas a El. ¿Podré yo decirle con frente serena: Señor, los que me diste los he custodiado y ninguno de ellos se ha perdido por mi culpa?
Pensamiento terrible que está continuamente en mi mente, y que me obliga, me incita a reparar con una visita general, diligentísima, las faltas y los defectos de mi no breve gobierno episcopal. Les anuncio, por lo tanto, hermanos e hijos míos, que he decidido emprender personalmente la sexta Visita Pastoral en todas y cada una de las parroquias de la Diócesis.
Seré feliz, si al terminar la visita pudiere, en verdad, repetir con el Apóstol: "Me hice todo a todos para ganar a todos a Cristo". Ganar a todos a Cristo, he aquí la constante, la suprema aspiración de mi alma. (Carta Pastoral del 5.5.1905, Piacenza 1905, pags.1-2.)
Llegado al último año de vida, pareció presagiar la cercanía de su encuentro con Cristo. Los sufrimientos y los sacrificios del Siervo de Dios, soportados en los viajes, y especialmente en el segundo (a Brasil), fueron ciertamente muchos y graves. La enfermedad que lo atormentaba desde hacia algunos años, una hidrocele ocasionado por las cabalgadas en las visitas pastorales, se agravó en Brasil.
Después de una intervención quirúrgica, el 28 de mayo de 1905, su salud se agravó.
El miércoles, 31 de mayo, agravándose las condiciones él mismo pidió que le fuera administrado el Santo Viático en forma solemne; quiso que se le impusiera el roquete, la muceta y la cruz que le habían regalado Pio IX. Además, ordenó que en la noche fuera colocado sobre la mesa el Tabernáculo para exponer el Santísimo.
Llegado el Siervo de Dios a los extremos momentos continuó recitando jaculatorias, besando el crucifijo y la corona que tenía en las manos repitiendo: Hágase la voluntad de Dios; y pidiendo perdón a aquellos que había ofendido.
Hacia las seis del 1 de junio de 1905, fiesta de Ascensión, después de una breve agonía casi murmurando una oración, entregaba su alma a Dios.